El animal que somos
El maltrato hacia los animales pasa a segundo término en una sociedad convulsionada por el crimen y la usura. La reflexión sobre el tema va del sacrificio de un perro callejero visto en Facebook
hasta la locura de Nietzsche.
Fotos: Kim Kyung-Hoon/ Reuters
Hace algunas semanas apareció en Facebook la tortura hasta la muerte de un perro callejero a manos de tres jóvenes estudiantes del Consejo Nacional de Educación Profesional Técnica (Conalep) en Tepic, Nayarit: Marco Antonio Bernal Ledón, Herber Prexady Flores Hernández y Ángel Marín González. La crueldad e indiferencia de los jóvenes ante el sufrimiento y el terror sufrido por el perro pone los pelos de punta a cualquiera, amante de los animales o no. Esto me recuerda lo que escribió Carlos Monsiváis en su columna de El Universal con respecto a la matanza de perros sucedida en febrero del año pasado en Jaltenco, Estado de México, “(…) es una escena intolerable en varios sentidos, y trasciende el ‘sentimentalismo’ atribuido a los amantes de los perros y los gatos. En efecto, y esta es mi convicción, los animales tienen derechos, negar que sufren y reírse de este sufrimiento es, como se le quiera ver, otra prueba de la deshumanización. El ser humano no puede ni debe celebrar el dolor infligido a seres vivos, ni tiene sentido negar que tal insensibilidad se traslada luego y con fuerza a la furia contra seres humanos”.
En una entrevista que realizó Alejandro Gándara en Radio Capital 980, una estación local, los jóvenes admitieron que asesinaron y torturaron al perro en defensa propia. Dicen estar arrepentidos, que jamás creyeron que pudiera armarse tal revuelo, y que los disculparan porque están “chavos”. El castigo por su acto fue un jalón de orejas por parte de las autoridades y, según la organización ProviDigna, una multa de 381 pesos. Es evidente que la indiferencia hacia el dolor, humillación y terror ajeno es una práctica a la cual este país se viene acostumbrando: si la víctima es un animal desamparado, la gravedad del asunto parece diluirse.
Fragmentos del video donde tres estudiantes de Tepic torturan a un perro callejero. Fotos: Blogdelnarco.com
LA CRUELDAD EN LO SOCIAL
Los defensores de los derechos de los animales, ya sean luchadores dentro del marco legal o simplemente por sentido de piedad, suelen ser juzgados por la mayoría de la población como frívolos e ingenuos al preocuparse por la situación de los animales cuando existen actos igualmente violentos y crueles contra niños, mujeres, ancianos, hombres.
Al respecto, la opinión generalizada es que se pierde el tiempo en causas nimias mientras que las verdaderas grandes causas se dejan pasar por alto. Tanto el Estado como quienes permanecen indiferentes ante estos hechos olvidan que, parafraseando a Tomás Gutiérrez Alea en su película Memorias del subdesarrollo, una de las señales del subdesarrollo es la incapacidad para relacionar las cosas, para acumular experiencias y desarrollarse.
Permanecer indiferentes ante la inclemencia que estos jóvenes mostraron por el sufrimiento y el terror que sufrió este animal es olvidar que vivimos en un país donde la decapitación, muchas veces con la víctima aún con vida, es una forma natural de escarmiento entre bandas delictivas; es olvidar también la indiferencia del asesino o el violador ante el pánico de su víctima.
En un ejercicio por relacionar no extrañaría pensar que, así como puede considerarse divertido infligir sufrimiento y dolor a un animal, más tarde resulte divertido infringirlo a una niña, otro adolescente o un anciano. Si bien no todos los que torturan animales terminan convertidos en asesinos, casi todos los asesinos alguna vez torturaron animales.
Un estudio realizado por la Northeastern University y la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales de Massachussets, Estados Unidos, arrojó en 1997 que los maltratadores de animales tienen cinco veces más probabilidades de cometer actos violentos contra seres humanos y son cuatro veces más proclives a cometer crímenes que los individuos sin un historial de abuso animal.
A lo que también podemos añadir la clásica triada que la Unidad de Análisis de Conducta del FBI relaciona con los asesinos seriales: incontinencia, abuso animal y piromanía. Condolerse por el destino de este perro en Tepic no es del orden del sentimentalismo atribuido a las personas que les gustan los perros y los gatos, como escribió Monsiváis.
Asimismo resulta erróneo creer que, como México es un país herido y desgarrado por la violencia, señalar estos actos es una pérdida de tiempo. Por el contrario: justo porque México es un país herido y desgarrado por la violencia resulta necesario y urgente denunciar estos actos.
LA CRUELDAD DEL ESTADO
La postura del gobierno ante la vejación y la crueldad hacia los animales nunca ha sido clara. Si bien el artículo 20 de la Ley Federal de Sanidad Animal “…garantiza que exista una relación entre la salud y el bienestar de los animales, para lo cual se requiere proporcionarles alimentos y agua suficientes; evitarles temor, angustia, molestias, dolor y lesiones innecesarios; mantenerlos libres de enfermedades y plagas, y permitirles manifestar su comportamiento natural”, los métodos utilizados para el control de la sobrepoblación canina y felina dista mucho de lo que predica la Secretaría de Salud.
El procedimiento que se emplea desde hace más de 40 años es el sacrificio. La solución es terrible en sí misma, pero más imperdonables son los métodos de electrocución y pistolete de émbolo oculto que se emplean para tal efecto, y también se presume que frecuentemente son asesinados a palos.
Los encargados de los centros de exterminio se amparan diciendo que trabajan bajo la supervisión de una APA (Asociación Protectora de Animales), y que el método de electrocución está respaldado por la Norma Oficial Mexicana (NOM). No obstante los perros y gatos que van a ser sacrificados viven un infierno desde el mismo momento en que son capturados por dependientes que hacen gala de violencia y salvajismo —no sólo en la captura sino también durante los días en que los animales permanecen en los centros de exterminio.
Esta ambivalencia es la misma que atestiguamos en tantas otras situaciones de maltrato y vejación de seres humanos, actos en los que el Estado mira hacia otro lado o, en el peor de los casos, se colude.
¿UN ASUNTO DE HOSPITALIDAD?
Hace un par de meses, un amigo periodista me contó entre risas que una protectora de animales que conocía le había pedido ayuda para armar un argumento verosímil sobre su lucha contra el maltrato animal, ya que la entrevistarían en una estación de radio y temía que el conductor la dejara en ridículo, “tú sabes, los periodistas son muy inteligentes”, le comentó. Mi amigo se burlaba de la deducción de la mujer sobre que los periodistas fueran muy inteligentes; sin embargo, lo que a mí me impresionó fue pensar hasta dónde nos hemos insensibilizado como sociedad cuando alguien cree que necesita una explicación racional o “inteligente” para sentir compasión o empatía por el dolor ajeno, sea el de un animal o un hombre.
En El animal que luego estoy si(gui)endo Jacques Derrida señala que la tradición filosófica ha ignorado el sufrimiento animal, pues lo ha tratado como algo opuesto al hombre, olvidando la animalidad que hay en nosotros mismos.
El 22 de septiembre de 2001, al recibir el premio Theodor W. Adorno, como parte de su discurso Derrida enumeró una lista de temas que le hubiera gustado desarrollar en los próximos siete capítulos de un libro imaginario, sabiendo de antemano que la enfermedad ya no se lo permitiría.
Entre la lista de siete temas llamó mi atención el punto siete. Derrida explicó que abordaría el tema de la animalidad, tema del que Adorno ya se había ocupado: “Para un sistema idealista los animales jugarían virtualmente el mismo papel que los judíos en un sistema fascista”. Es importante recordar que Adorno era judío y que tuvo que huir de Alemania debido a la persecución nazi; Derrida, antes de morir, dejó plantada la semilla de un tema que nos compete como sociedad y que deberíamos pensar seriamente: el derecho de los animales a nuestra hospitalidad.
Harto conocido es el día en que Nietzsche enloqueció y la anécdota que desató el brote psicótico del cual jamás se recuperaría. En diciembre de 1889, su cordura, mas no su lucidez emocional, iba en detrimento. Enviaba cartas a amigos y las firmaba como El crucificado o Dionisio.
Una de esas frías mañanas de diciembre en Turín, Nietzsche caminaba por la vía pública cuando descubrió a un famélico caballo siendo azotado a latigazos por el cochero sin importarle que el animal ya no pudiera seguir acarreando su carga. El filósofo se abrazó al cuello del caballo y rompió en llanto. Entre las palabras atragantadas llegó a pedirle perdón por la brutalidad humana.
Fue entonces que Nietzsche se volvió loco para jamás recuperar la cordura.
Señalar estos actos apunta a una responsabilidad social sobre el que se encuentra en desventaja. Es pensar en el huérfano, el caído en desgracia, el débil, el que no puede defenderse. El abuso y la crueldad esgrimida por quienes están en una situación de poder sobre aquellos que no lo están —hablo de presos políticos, niños indefensos ante padres golpeadores, prisioneros de guerra, mujeres maltratadas por sus amantes, abusos policíacos, ejecuciones del narcotráfico, la población civil frente al ejército, mascotas en manos de sus propietarios—, producen tanto horror y desasosiego porque se trata de un asunto de poder, un poder detentado con crueldad, alevosía y ventaja, sin un ápice de piedad por el sufrimiento ajeno de quien está quebrantado frente a ellos.
Es una situación que se alinea con la aceptación de la crueldad, el maltrato y la indiferencia de cualquier totalitarismo.
Como Derrida escribió, “el fascismo empieza cuando se insulta a un animal, incluso al animal que hay en el Hombre”.
Norma Lazo
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